El arte ha sido reconocido como una herramienta fundamental para la cohesión social, ya que permite la generación de espacios de encuentro, diálogo y reconocimiento mutuo entre diferentes grupos y comunidades. Según Pierre Bourdieu (1984), el arte y la cultura juegan un papel clave en la construcción del capital social, pues fomentan la integración a través de la participación y el acceso a expresiones culturales compartidas. En este sentido, las manifestaciones artísticas permiten la expresión de identidades colectivas y la representación de historias que refuerzan el sentido de pertenencia y la diversidad cultural.
En contextos de conflicto o tensiones sociales, el arte ha sido utilizado como una herramienta para el diálogo y la construcción de paz. Autores como Johan Galtung (1996) han argumentado que la paz no solo es la ausencia de violencia, sino también la creación de estructuras que fomenten la reconciliación y el entendimiento mutuo. Iniciativas como el muralismo en Colombia o el teatro comunitario en Argentina han demostrado que el arte facilita la comunicación entre personas con diferentes perspectivas, promoviendo la sanación y la resolución pacífica de conflictos, esencial para resolver las riñas generadas a partir de la idea del “otro” como enemigo, tan común en estos tiempos de polarización política.
La inclusión social es otro de los impactos clave del arte, Paulo Freire (1970), en su teoría de la pedagogía del oprimido, enfatiza cómo las expresiones artísticas pueden ser un medio para el empoderamiento de comunidades marginadas, permitiéndoles narrar sus propias historias y fortalecer su agencia dentro de la sociedad; así, los proyectos de arte comunitario han demostrado ser efectivos en la integración de migrantes, mujeres y jóvenes en situación de vulnerabilidad, al fomentar su participación activa en procesos creativos propiciando espacios seguros para el desenvolvimiento psicológico, emocional y afectivo, tan necesario en contextos de fragmentación social.
Además, la revitalización del espacio público a través del arte ha sido analizada por autores como Richard Florida (2002), quien destaca el papel de la creatividad en el desarrollo urbano y social; intervenciones como murales, festivales de arte callejero y performances en espacios abiertos han transformado barrios deteriorados, haciéndolos más accesibles y seguros, estas iniciativas no solo embellecen el entorno, sino que también promueven un sentido de apropiación y cuidado comunitario, con el componente adicional de espacios donde las personas pueden crear un sentido de pertenencia y arraigo que es indispensable para la construcción de comunidades resilientes y acogientes.
Por último, el arte también desempeña un papel clave en la educación y la sensibilización sobre temas sociales: Como sostiene Jacques Rancière (2008), el arte tiene un potencial emancipador al desafiar las percepciones y abrir espacios de reflexión crítica, experiencias como el teatro-foro, desarrollado por Augusto Boal (1979), han demostrado ser eficaces en la promoción de la conciencia social, abordando problemáticas como la equidad de género, el racismo y el cambio climático, construyendo espacios de reflexión en respuesta al ambiente hostil fomentado desde las redes sociales, que hacen que las personas nos encontremos expuestas a pensamientos radicales que buscan la confrontación entre seres humanos a partir de la formulación de ideas radicales.
En el contexto de Ecuador y América Latina, múltiples proyectos han evidenciado el valor del arte para la cohesión social: desde la música andina en procesos de identidad cultural hasta el arte urbano como herramienta de transformación barrial, la implementación de estrategias artísticas en programas de desarrollo puede potenciar el impacto en comunidades vulnerables y fortalecer el tejido social de manera sostenible.